sábado, 23 de junio de 2012

CÓNDOR SIN ALAS

Nacido imponente, rápido y locuaz,
sorprendió a sus padres por su pronto hablar.
De buen vecindario, padres comerciantes,
niñera del campo, madre a laborar.


El sano chiquillo crece sin mesura,
jugando en la sala y en el comedor.
Lanza mil preguntas a veces profundas,
la niñera  enciende la televisión.


Esta le hipnotiza, le brinda respuestas,
le muestra que quiere, también lo que no.
Que siente, que sueña, que aspira, que cree,
que cartón de jugo, que marca de arroz.


Se pasan los días, el Cóndor sin dudas,
ya es un niño grande, listo a estudiar.
Los padres  lo inscriben, colegio costoso,
anglo canadiense, queriendo ostentar.


Allí aprende lenguas, ciencias y batallas,
aprende complejos, discriminación.
Discute que padres tienen más dinero,
quien visito Francia y quien tal vez no.


El Cóndor destaca por su liderazgo,
presidente de aula y gran jugador.
En bachillerato ya anhela un futuro,
de fuerte empresario, gran legislador.


Una vez al sol abrió sus dos alas,
natural reflejo, espanto al salón.
Fue tal el revuelo entre los muchachos,
regaño severo, nota y citación.


Padres preocupados, prohibieron el hecho,
tuvo un buen castigo, no televisión.
Como reprocharlos, padres ignorantes,
si sus alas nunca tuvieron función.


De ahí en adelante alas censuradas,
el Cóndor se centra en su educación.
Algebras lineales, historias lejanas,
charlas de pasillo, el primer amor.


Fines de semana, fiestas en mansiones,
reuniones sociales en el country club.
Graduación laureada del anglo colegio,
firme vocación de finanzas school.


Viaja al extranjero, cursa los estudios,
esconde sus alas para no rayar.
De nuevo laureado recibe sus grados,
padres orgullosos, van a presenciar.



De regreso a casa recibe su herencia,
lidera la empresa, que es familiar.
La proyecta en macro exporta e importa,
le otorga un enfoque multinacional. 


Avanzan los lustros, ve morir los padres,
muchos son sus éxitos a cosechar.
Envía a sus hijos al mismo colegio,
clubes opulentos y universidad.


De viejo se enferma, ya sus alas duelen,
un día lo internan, vil su enfermedad.
Entrega la empresa a sus herederos,
qué bien preparados  ansían liderar.


Se entrega al suero, los baños de esponja,
miles de pastillas, jeringas y flan.
Su esposa lo asiste en el internado,
supervisa toda su comodidad.


Un día tortuoso en su lecho de muerte,
ve por la ventana a un cóndor volar.
De blanco plumaje se posa en el marco,
las alas abiertas, saluda y se va.


El ya viejo cóndor recuerda su vida,
tanto sin sentido, el asco es total.
Escribe un verso para su familia,
que sus hijos leen en su funeral.


“No valen los lujos, los autos, los lucros,
no valen los pesos, real valor no dan.
Lo único que vale es ver el horizonte,
levantar las alas y feliz volar”.